La industria del cine despide a una de sus figuras más emblemáticas. Olivia de Havilland, considerada la última gran estrella del Hollywood dorado, falleció a los 104 años en su residencia de París. La noticia fue confirmada por medios internacionales, quienes informaron que la actriz murió tranquilamente mientras dormía, cerrando un capítulo clave en la historia del cine clásico.
Nacida en Tokio en 1916, su vida fue una travesía extraordinaria que comenzó lejos de las luces del espectáculo, pero que más tarde la llevaría a conquistar los escenarios más importantes del cine mundial. En 1953, decidió establecerse en París, convencida de que su época como estrella ya había quedado atrás. Irónicamente, esa ciudad que eligió como refugio sería también el lugar donde terminaría su largo recorrido por la vida.
De Havilland fue mucho más que una actriz talentosa; fue un símbolo de carácter, elegancia y determinación. Su trayectoria en la pantalla comenzó en los años 30, cuando Max Reinhardt la descubrió en una representación escolar de Sueño de una noche de verano. A los 17 años, ya estaba firmando contrato con Warner Bros, iniciando una carrera meteórica en la que encarnó a las heroínas suaves y románticas que dominaban la escena de la época. Sin embargo, no tardó en demostrar que estaba dispuesta a romper moldes.
Compartió pantalla con Errol Flynn en varias películas de aventuras que se convirtieron en clásicos, como Robin Hood y El Capitán Blood. Aunque el magnetismo entre ambos era evidente, ella resistió cualquier intento de romance fuera del guion, revelando desde temprano su espíritu indomable. Ese mismo carácter la llevó a enfrentarse a los poderosos estudios de cine para defender los derechos de los actores. Tras una prolongada batalla legal contra Warner, consiguió un fallo histórico que marcó un antes y un después en las relaciones laborales dentro de Hollywood.
Esa valentía no fue solo profesional. A los 16 años, decidió abandonar la casa materna por diferencias irreconciliables con el nuevo esposo de su madre. Tiempo después, su enemistad con su hermana menor, Joan Fontaine, se convirtió en uno de los conflictos familiares más comentados de la industria. A pesar del paso del tiempo, la reconciliación nunca llegó, ni siquiera tras la muerte de su madre en 1975.
En la gran pantalla, su carrera alcanzó momentos cumbre tras su interpretación de Melanie en Lo que el viento se llevó, papel que le valió una nominación al Oscar y la inmortalizó como una de las actrices más queridas por el público. A lo largo de su trayectoria recibió cinco nominaciones al premio de la Academia, ganando dos veces como mejor actriz principal por Las lágrimas de una madre y La heredera. Muchos críticos consideran que su actuación en Nido de víboras fue su mejor trabajo, aunque en esa ocasión no logró llevarse la estatuilla, sí recibió el premio a mejor actriz en el Festival de Venecia.
Su vida personal también fue intensa. Se casó con el escritor Marcus Goodrich, con quien tuvo a su hijo Benjamin. Luego conoció en Francia al periodista Pierre Galante, con quien formó una nueva familia. Aunque se separaron, ella lo acompañó hasta el final de sus días cuando enfermó, demostrando una vez más su lealtad y humanidad. Tras la muerte de su hijo y de su exmarido, eligió una vida más tranquila, lejos del bullicio de los sets de filmación.
A pesar de sus esporádicos regresos a Hollywood, su verdadero hogar fue siempre París, ciudad que consideraba un refugio espiritual y cultural. Allí pudo mantenerse al margen del escándalo mediático y proteger su intimidad, mientras el mundo seguía rindiéndole homenaje como una de las últimas leyendas vivas del cine.
La despedida de Olivia de Havilland no solo marca el final de una vida excepcionalmente longeva, sino también el cierre de una era. Fue la última representante del Hollywood clásico, una figura que encarnó tanto el glamour como la lucha silenciosa por la dignidad artística. Su legado permanecerá intacto en la memoria del cine, donde su nombre brilla con luz propia entre los grandes.
Y aunque ya no esté entre nosotros, su historia seguirá inspirando a generaciones de artistas que, como ella, se atreven a desafiar lo establecido con elegancia, inteligencia y convicción.