En medio de una de las ceremonias más solemnes del año, el funeral del papa Francisco en Roma, una figura volvió a quedar en el centro de la escena mediática: Donald Trump. Sin embargo, esta vez no fue por una declaración política o una campaña electoral, sino por una serie de interpretaciones que, según muchos analistas y simpatizantes, han sido exageradas y sacadas de contexto por ciertos sectores de la prensa.
Durante el acto religioso, Trump fue captado por las cámaras en momentos puntuales que rápidamente se convirtieron en titulares. Algunas imágenes lo mostraban mirando su teléfono móvil o masticando chicle, algo que bastó para que medios de comunicación de todo el mundo lo acusaran de «irrespetuoso». Pero lo que pocas coberturas aclararon es que estos instantes fueron aislados y breves, y no reflejan necesariamente la actitud completa del expresidente durante la ceremonia.
Melania Trump, quien acompañó a su esposo en este evento y es practicante de la fe católica, permaneció atenta y conmovida durante el homenaje, como se pudo observar en diversas tomas. Ambos mantuvieron la compostura en gran parte del acto, aunque los medios decidieron destacar solo ciertos momentos que pudieran generar controversia. Como ya ha ocurrido en el pasado, muchos consideran que hay una tendencia sistemática a magnificar cualquier gesto de Trump, especialmente cuando está fuera del entorno político.
Un punto especialmente discutido fue su vestimenta. Mientras la mayoría de los líderes presentes optaron por el negro tradicional, Trump lució un traje azul, lo que fue criticado como una “falta de respeto”. Sin embargo, expertos en protocolo señalan que no existe una regla estricta que obligue a los mandatarios a vestir de un único color en este tipo de eventos, y que, en el caso de hombres, lo más importante es el corte formal del atuendo. Esta interpretación flexible del código de vestimenta fue ignorada por varios medios que, en cambio, aprovecharon la ocasión para sugerir intenciones provocadoras.
Tampoco faltaron críticas por una breve interacción con su teléfono móvil. Algunos medios lo mostraron “jugando con su celular”, aunque testigos afirman que no fue más que una consulta rápida, algo habitual en figuras de alto perfil que, incluso en un evento como este, deben estar pendientes de asuntos internacionales.
Más allá de lo anecdótico, lo que verdaderamente llama la atención es cómo ciertos gestos fueron utilizados para construir una narrativa negativa alrededor de su figura. Desde que anunció su candidatura presidencial, Trump ha sido objeto de una cobertura mediática intensa y muchas veces polarizada. Su presencia en el funeral del Papa —evento que él mismo definió como “una ocasión importante y de profundo respeto”— fue inevitablemente interpretada por algunos como una estrategia de visibilidad. Pero lo cierto es que, como exjefe de Estado, su participación no solo era protocolarmente adecuada, sino también significativa dada su relación con la comunidad católica, que en su momento lo apoyó masivamente en las urnas.
De hecho, el propio Trump explicó que asistió porque sentía un compromiso con los votantes católicos de su país, quienes le brindaron un alto porcentaje de apoyo en elecciones anteriores. “Es un gesto de respeto, no de protagonismo”, expresó ante los periodistas antes de abordar el Air Force One rumbo a Italia.
Lo que este episodio vuelve a poner sobre la mesa es el poder que tienen ciertos medios para moldear la percepción pública, especialmente cuando se trata de figuras controversiales. Las redes sociales hicieron eco rápidamente de los titulares más escandalosos, sin detenerse a contrastar los hechos o revisar las fuentes completas.
En resumen, lejos de tratarse de un episodio de irrespeto flagrante, la presencia de Donald Trump en el funeral del papa Francisco ha sido utilizada como munición política y mediática por sus detractores. Una vez más, el foco parece estar más puesto en alimentar el debate que en informar con rigor. Y mientras el mundo rendía homenaje a una figura histórica de la Iglesia, parte de la atención fue desviada —quizás intencionalmente— hacia una polémica que, en el fondo, podría no haber existido.